La competencia entre Bitcoin y el oro, en esencia, es una confrontación entre matemáticas y química.

Primero, veamos la escasez. La rareza del oro proviene de una coincidencia química durante la formación de la Tierra; los humanos no pueden predecir cuánto más hay enterrado en el subsuelo. Bitcoin, en cambio, es diferente: su límite de 21 millones de monedas está inscrito de forma permanente en el código, lo que constituye una escasez matemática absoluta. Una vez minadas, simplemente ya no hay más.

Luego, analicemos la funcionalidad. El oro físico, en definitiva, es un vestigio de la visión de riqueza primitiva. Es difícil de comerciar, no genera ingresos, y su almacenamiento y transferencia son complicados. Bitcoin, por otro lado, puede prosperar en el ecosistema DeFi, servir como garantía en contratos inteligentes, soportar transferencias transfronterizas en segundos, y circular libremente entre múltiples carteras — esto es lo que significa un activo altamente líquido en la actualidad.

Desde una perspectiva macro, el oro representa una obsesión con el pasado, mientras que Bitcoin simboliza una apuesta por el futuro. Cuando el mercado vacila en la incertidumbre, los poseedores suelen necesitar una lógica para autoafirmarse — y esa lógica radica en que, la escasez de la innovación tecnológica siempre supera la escasez geológica.